La risa del hombre misterioso con el que jugabas al póker era como un puñado de clavos arrojados bajo tus pies descalzos. Al escucharlo, supiste que te habías metido en problemas. Ya lo habías perdido todo. El nombre del hombre era el señor Locke; por alguna razón no solo quería estafarte, tenía otros planes para ti.